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Los antibióticos pueden frenar el avance de la lepra, e incluso curarla aunque, dependiendo de la gravedad de la infección, muchos pacientes tienen que medicarse de por vida para evitar recaídas.
Los antibióticos que se utilizan con mayor frecuencia para tratar la lepra son la dapsona, la rifampicina y la clofazimina. Otros fármacos que también se administran a los enfermos de lepra son la claritromicina, la ofloxacina, la etionamida y la minociclina.
Con frecuencia se emplea una combinación de fármacos para combatir la infección, ya que el tratamiento multimedicamentoso ha demostrado una gran efectividad en la lucha contra la enfermedad (desde 1985 la incidencia de la lepra en el mundo se ha reducido en un 90%).
En la actualidad, la lepra puede curarse, y la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha fijado el objetivo de reducir su prevalencia a un caso por cada 10.000 habitantes a nivel mundial, y eliminarla así de la lista de problemas de salud pública.
Para poder erradicar la lepra es preciso establecer dos estrategias fundamentales:
- Incorporar servicios especializados en la lucha contra la enfermedad en los servicios de salud pública de los países donde la enfermedad es endémica, facilitando el acceso de la población a estos servicios para obtener un diagnóstico precoz.
- Proporcionar a los enfermos la medicación adecuada de forma gratuita. El diagnóstico y el tratamiento precoces de la enfermedad disminuyen significativamente las secuelas de la lepra, y posibilitan que los enfermos puedan llevar una vida normal.
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