Expertos advierten que el sedentarismo a partir de los 50 años incrementa significativamente el riesgo de desarrollar fragilidad en la tercera edad, un síndrome geriátrico que afecta aproximadamente al 10% de estas personas, caracterizado por una escasa actividad física, pérdida de peso, cansancio y marcha lenta.
Este síndrome puede invalidar al afectado y su presencia indica que existen más probabilidades de que la persona tenga discapacidad y otros problemas de salud, y un mayor riesgo de ser hospitalizada o morir prematuramente.
La práctica de ejercicio físico es la intervención más eficaz para retrasar la discapacidad y los eventos adversos que asocia normalmente el síndrome de la fragilidad.
Para diagnosticar la fragilidad se emplean dos pruebas: el Cardiovascular en las que se miden, por ejemplo, la velocidad de la marcha y el equilibrio del anciano. Otros aspectos: actividad, balance energético, fuerza, lentitud, nutrición, pérdida de energía, sistema nervioso central y sistema vascular y que permite identificar pequeñas alteraciones en el estado de la persona a medida que pasa el tiempo.
Para prevenir la fragilidad, los especialistas aconsejan llevar una vida activa practicando ejercicio físico regularmente y seguir una dieta equilibrada, en el marco de un entorno social que favorezca un envejecimiento saludable y evite la dependencia de los mayores.