COMPOSICIÓN CORPORAL, GRASA VISCERAL Y SÍNDROME METABÓLICO
Dr. Gabriele Bedini
La composición corporal, la grasa visceral y el síndrome metabólico son los temas que desarrollaremos en el siguiente artículo. Es por ello que abordaremos el tema del tejido adiposo visceral, centrando la discusión en su papel en la predisposición a enfermedades inflamatorias, cardiovasculares, metabólicas y eventualmente incluso oncológicas. Sin embargo, para comprenderlo será necesaria una introducción sobre la masa y la composición de los cuerpos.
Empecemos, por tanto, hablando de la composición corporal.
Cuando medimos el peso de una persona, obtenemos una cifra numérica inespecífica; de hecho, ese número que aparece en la escala puede tener diferente valencia en diferentes personas. La primera idea que será necesaria para dar un valor más preciso a ese peso, es la evaluación del Índice de Masa Corporal (IMC) más frecuentemente denominado en inglés como Body Mass Index (BMI).
A través de esta herramienta se relaciona el peso de una persona con su altura, dando como resultado un valor numérico que, aplicado a una escala de valores de referencia definidos, nos da una indicación primaria del estado nutricional de esa persona.
Con la evaluación del IMC, la masa corporal de una persona se puede clasificar respectivamente en orden ascendente: bajo peso, peso normal, sobrepeso, obesidad y clasificar esta última condición en los distintos niveles de obesidad (primer, segundo y tercer grado, también llamado obesidad mórbida, ya que esta última predispone fuertemente a la aparición de enfermedades graves relacionadas con el peso corporal).
No obstante, en la práctica laboral resulta sorprendente que muchas veces las personas descubren su condición de obesidad sólo después de realizar esta medición y se sorprenden, pues siempre se consideraban personas con «algo de sobrepeso».
Sin embargo, el IMC por sí solo, aunque es una buena herramienta preliminar para investigar la masa corporal de una persona, no puede ser suficiente por sí solo para determinar el estado nutricional y metabólico real.
Por ejemplo, imaginemos 100 personas que son diferentes entre sí pero todas tienen el mismo peso y altura, el IMC será el mismo para todas estas personas, pero no es seguro que todas estas personas estén «hechas» iguales internamente. De hecho, será muy poco probable que lo sean.
Aquí, de hecho, para una evaluación más precisa, el examen de la composición corporal adquiere un papel mucho más importante para poder evaluar el verdadero estado nutricional de una persona, y es indispensable en la práctica de un examen para la correcta evaluación de este parámetro.
Sin embargo, veamos, en esencia, qué es la composición corporal. En primer lugar podemos decir que el cuerpo de una persona está dividido en dos distritos principales representativos de compartimentos corporales adicionales que veremos en detalle más adelante. Estos dos departamentos principales son: masa grasa y masa magra, que más técnicamente llamaremos masa grasa (FM) y masa libre de grasa (FFM).
El distrito de Masa Grasa (FM) incluye cualquier compartimento del cuerpo en el que hay tejido adiposo, de ahí adipocitos (células que contienen grasa).
El tejido adiposo se puede encontrar en diferentes ubicaciones dentro del cuerpo humano, de hecho lo sabemos: tejido adiposo subcutáneo (superficial y profundo), tejido adiposo intramuscular y, por último, pero no menos importante, tejido adiposo VISCERAL del cual hablaremos en detalle más adelante en este artículo. Artículo profundizado en los aspectos más relevantes.
La contraparte de la masa grasa se llama masa magra y está representada por «todo lo que no es grasa» dentro del cuerpo humano; técnicamente, de hecho, se le conoce como masa libre de grasa (FFM).
En detalle, este compartimento corporal se compone de varias regiones: la primera y también la más representada cuantitativamente es precisamente el agua (que puede ser intracelular o extracelular,
La medición de la composición corporal se puede realizar realizando algunas técnicas instrumentales (bioimpedancia y plicometría u otros métodos adipométricos) que no nos detendremos a describir detalladamente en este artículo, (hidratación y retención de agua respectivamente), luego tenemos los huesos que son responsables de la constitución de una persona, luego tenemos la zona muscular que cubre una función interesante ya que es metabólicamente más activa (juega un papel decisivo para que una persona tenga una buena constitución) y viceversa.
La falta de masa muscular conocida como sarcopenia, se correlaciona con la emaciación de una persona), finalmente tenemos los tejidos blandos que también forman parte de la masa magra.
Hecho esto, centraremos ahora nuestra atención en la grasa visceral, ya que es aquella que, expresada en una cantidad cuantitativamente significativa, jugará un papel de primer orden en la predisposición de la persona a la aparición de numerosos trastornos inflamatorios, enfermedades cardiovasculares y dismetabólicos.
Partimos del supuesto de que los adipocitos (como ya hemos mencionado son las células que contienen grasa) aumentan numéricamente sólo en las primeras etapas de desarrollo (ya desde antes del nacimiento hasta los primeros meses de vida) secundario a ciertos tipos de estímulos de origen principalmente dietético y carácter ambiental, tras lo cual el crecimiento numérico se detiene y el número de adipocitos permanece casi estable durante el resto de la existencia de una persona, predisponiendo más al desarrollo de sobrepeso y obesidad en la edad adulta que el sujeto que había desarrollado más de ellos.
Por este motivo, si una persona aumenta de peso debido a la acumulación de grasas, estas se localizarán en los adipocitos presentes tanto en la zona subcutánea como visceral, llegando a sobresaturar dichos adipocitos. Adipocitos, que en consecuencia también pueden alcanzar un tamaño considerablemente mayor que su tamaño natural (los adipocitos, al no poder crecer más en número, están naturalmente predispuestos a aumentar su volumen cuanto más saturados están de grasa acumulada).
Este aumento del volumen del tejido adiposo, junto con otros factores, es uno de los responsables de los efectos decididamente negativos sobre la salud física.
De hecho, el aumento de volumen de tejido adiposo provoca una especie de resistencia, tanto al funcionamiento de la insulina como al flujo sanguíneo. De hecho, los vasos sanguíneos dificultarán el suministro adecuado del tejido, y de este suministro deficiente de sangre se producirá una condición de hipoxia, es decir, la falta de oxígeno dentro de las células y, por tanto, del tejido.
De esta condición de hipoxia y malestar (estrés tisular) resulta la formación de moléculas químicas que median la inflamación (citoquinas proinflamatorias), que por un lado atraerán a las células inflamatorias a su lugar, exacerbando la inflamación; Además, las moléculas inflamatorias persistentes en el tejido entrarán en el torrente sanguíneo general, provocando estados inflamatorios generalizados en todo el cuerpo y, por tanto, daños celulares y tisulares incluso en otras zonas alejadas.
Las principales consecuencias de este trastorno serán, con el tiempo, evidentes a nivel cardiovascular, donde un estado inflamatorio siempre presente y activo (conocido como inflamación crónica silenciosa) predispondrá y consolidará la formación de aterosclerosis de la que se derivan accidentes cardiovasculares como el Los ataques cardíacos y los accidentes cerebrovasculares se originarán incluso años después. Esta degeneración patológica, también se verá agravada por la presencia de otros factores de riesgo que, como veremos, muchas veces, si no siempre, serán concomitantes en un sujeto con determinadas descompensaciones.
La resistencia a la insulina, de forma más o menos pronunciada, más o menos sintomática, es una condición asociada también al aumento del volumen de grasa visceral, por lo que para conseguir un efecto fisiológico sobre el control de la concentración de glucosa en sangre (glucosa en sangre), las secreciones de insulina por parte del páncreas serán requeridas en mayor medida en comparación con lo normal, de lo cual tendremos hiperinsulinemia y una tendencia cada vez más pronunciada a la hiperglucemia, lo que eventualmente conducirá a una alteración manifiesta del cuadro glucémico que degenera hacia la enfermedad de diabetes tipo 2.
Otras afecciones que muy a menudo se presentan de forma concomitante con la acumulación de grasa visceral son la hipertensión y la alteración del patrón lipídico (colesterol y triglicéridos), que también contribuyen al daño aterosclerótico y a los accidentes cardiovasculares que hemos mencionado anteriormente.
La condición descrita es una manifestación subclínica, casi siempre asintomática, por lo que muchas veces pasa desapercibida, lo que se denomina Síndrome Metabólico (SM). Este síndrome se encuentra muy frecuentemente en el individuo con sobrepeso/obesidad con adiposidad abdominal de tipo visceral (abdomen típico denominado en la jerga «androide» o más vulgarmente denominado «en forma de manzana» ya que se caracteriza por una forma redonda y dura al tacto, sólo con presencia moderada de grasa subcutánea que en cambio sería más suave al tacto y también mensurable manualmente).
La EM se puede diagnosticar examinando ciertos criterios y encontrando su alteración real con respecto a los valores iniciales, como medir una circunferencia de cintura alta (más de 80 cm en mujeres y más de 94 cm en hombres) asociada con la presencia concomitante de al menos 2 factores de riesgo adicionales, entre ellos: presión arterial, glucemia y patrones lipídicos.
Sin embargo, el síndrome metabólico, que si no se trata evoluciona inexorablemente hacia la diabetes tipo 2, es una afección REVERSIBLE que puede y debe tratarse primero con una terapia dietética. Compatible con cualquier otra condición patológica presente en el paciente con EM, la terapia de élite se basa en una dieta hiperlipolítica y antiinflamatoria como podría ser la dieta cetogénica. Con esta terapia, la resolución de la EM podría lograrse fácilmente incluso en un tiempo relativamente corto sin recurrir al uso de medicamentos. Por el contrario, si no se trata, la evolución será inevitable.
Fuente
Dr. Gabriele Bedini
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