Expertos advierten  que el sedentarismo en la mediana edad  a partir de los 50 años incrementa significativamente el riesgo de desarrollar fragilidad en la tercera edad, un síndrome geriátrico que afecta aproximadamente al 10% de las personas mayores de 65 años, caracterizado por una escasa actividad física, pérdida de peso, cansancio y marcha lenta.

Este síndrome puede invalidar al afectado y su presencia indica que existen más probabilidades de que la persona tenga discapacidad y otros problemas de salud, y un mayor riesgo de ser hospitalizada o morir prematuramente.

Para diagnosticar la fragilidad se emplean dos pruebas: el Cardiovascular en las que se miden, por ejemplo, la velocidad de la marcha y el equilibrio del anciano. Otros aspectos: actividad, balance energético, fuerza, lentitud, nutrición, pérdida de energía, sistema nervioso central y sistema vascular y que permite identificar pequeñas alteraciones en el estado de la persona a medida que pasa el tiempo.

Para prevenir la fragilidad, los especialistas aconsejan llevar una vida activa practicando ejercicio físico regularmente y seguir una dieta equilibrada, en el marco de un entorno social que favorezca un envejecimiento saludable y evite la dependencia de los mayores.

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